Me senté a pensar un día, casi desesperado; sobre mi hombro sentí el peso de una mano y una voz que me reconfortaba y me decía: «Vamos, alégrate, las cosas podrían ser peores». Me puse de buen humor, y tal cual, las cosas se pusieron peores.
Me senté a pensar un día, casi desesperado; sobre mi hombro sentí el peso de una mano y una voz que me reconfortaba y me decía: «Vamos, alégrate, las cosas podrían ser peores». Me puse de buen humor, y tal cual, las cosas se pusieron peores.