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Viviendo al límite: Gregorio Castillejo

Gregorio Castillejo, un contable granadino de 24 años acudía a trabajar a su empresa, Contables Salaos SA. Era su primer día en la oficina y llegaba risueño, con los ojos brillantes, dispuesto a contar y a comerse el mundo.

Una vez allí, le comunicaron que recibiría esa primera semana, un curso de prevención de riesgos laborales asociados a la tecnología, que cambiaría su vida. El lunes siguiente, Gregorio acudiría temblando a la oficina…

Ya al llamar al portero automático, la posible descarga eléctrica por mal mantenimiento corría por su mente, por lo que esperó a que alguien abriera la puerta, pero ya en en hall se encontró con el ascensor, amenazante… Como sólo eran dos pisos, decidió subir andando.

El riesgo de la oficina

Cuando entró en la oficina, notó una luminosidad poco adecuada de los últimos leds que habían instalado recientemente, pero hizo la vista gorda… y se dirigió a su asiento. Allí empezó lo serio.

Al encender el ordenador, esa vieja pantalla de hace 3 años empezó a quemarle los ojos, se veía ciego en una semana y lo ajustó como pudo. Al teclear su password para entrar, comenzó a sentir un amago de tendinitis en los dedos y se puso a hacer estiramientos, creyendo inocente que eso arreglaría algo…

A pesar de la pantalla y el teclado, hizo de tripas corazón y sudando, comenzó a bajarse el programa CuentaPlus que le habían mandado, pero tardaba demasiado, así que fue a hacerse un café, para relajarse de tantas emociones concentradas, a la salita casera del complejo.

La incertidumbre de las emociones

La maquina de cafés estaba estropeada, para su alivio, de modo que se lo hizo el mismo. Pero había que calentarlo… Cuando fue hacia el microondas, advirtió aterrado que lo tenía a la altura de los genitales e inmediatamente pudo sentir las ondas acabar con su masculinidad. Ya no podría tener gregorianos.

Aterrado y pensando en ese futuro sombrío, salió de la salita a marchas forzadas y sus pensamientos comenzaron a mezclarse con las charlas de primera hora de la mañana, que excedían claramente el nivel recomendado de decibelios… Notó entonces que casi no podía oír el martilleante ruido de las impresoras, que se encontraban a su lado, se estaba quedando sordo!

En esos momentos, la ansiedad y la psicosis se apoderaron de el: Notó que el ratón se movía solo y le miraba, la pantalla daba vueltas y el teclado tocaba fantasmalmente el piano… Gregorio estaba ya psicótico, fuera de control y salió corriendo a la calle para airearse…

En ese momento recibió una llamada de su jefe, pero al descolgar el móvil percibió los campos electromagnéticos, que acababan de firmar su futuro cáncer de oreja, cerebelo y patilla, más pronto que tarde, y asustado, tiró el móvil por los aires y se fue corriendo a casa.

El peligro está en casa

Ya en casa, encendió su portátil, con el que se sentía mas cómodo, ya que lo había configurado debidamente el fin de semana, para cumplir todos los requisitos de seguridad.

Se dio cuenta entonces que lo tenía sobre las piernas, amenazando sus huevos, aunque eso ya no era un problema, pues se había quedado ya estéril antes, con el microondas.

Entró en Facebook, para desahogarse con sus amigos… pero mientras escribía, recordó la información que le dieron en el curso sobre la falsedad de las redes sociales y el aislamiento que provocaban  y a la ansiedad se le unió la depresión.

La amenaza está ahí fuera

Salió a la calle agobiado y confuso y al mirar al cielo buscando respuestas, advirtió las cámaras de seguridad de una sucursal de banco cercano vigilándole, invadiendo su privacidad, se sentía paranoico. En medio de la ansiedad, la depresión y la paranoia, sufrió un brote de esquizofrenia:

Escuchaba las ondas de radiofrecuencia zumbar por todos lados, diciéndole que se relajara, que eran sus amigas. Podía verlas persiguiéndole, rodearle, atravesarle… estaba en otro planeta.

Totalmente fuera de control, con los ojos en blanco y al borde de un ataque de epilepsia, salió corriendo a ninguna parte. Desconcertado, cruzó la calle sin mirar y un coche autónomo de Google se lo encontró. Trataron de reanimarle de camino al hospital, pero ya era tarde… Gregorio tenía razón.

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