En el capítulo 16, Bloom lleva a Stephen al Refugio del Cochero, una cafetería after hours de la época ubicada a orillas del Liffey, bajo el Loop Line Bridge (véase foto histórica de principios del s. XX).
Allí Bloom, para eludir al marinero pelma que le ha tocado al lado, se pone a ojear (y hojear) las necrológicas del Telegraph que recogen el óbito de su amigo Dignam. Mientras lee la lista de los asistentes al entierro, aparece de pronto en el periódico una extraña ristra de caracteres:
eatondph 1/8 ador dorador douradora
La primera reacción del lector es pensar que se trata de un error de edición o que ha tenido la mala pata de tocarle un ejemplar corrupto del Ulises. Pero no. No hay tal. Con Joyce hay que estar a todas. ¡Y muy alerta!
La verdad es que el autor esta vez da pistas:
must be where he called Monks the dayfather about Keyes’s ad
(aquí debió ser cuando el cronista jefe llamó a Monks por lo del anuncio de Keyes)
Y a renglón seguido añade:
the line of bitched type
(la línea de caracteres basura)
A poco avezado que sea el lector, adivinará que se trata de un despiste de Monks, el linotipista que fue presentado en el capítulo 7. Ahora bien, ¿en qué ha consistido el error? Para comprenderlo, lamento decir que habrá que seguir un pequeño curso básico de linotipia.
La linotipia vino a ser la segunda generación tecnológica de impresión de periódicos y textos. Anteriormente, unos esforzados cajistas iban colocando a mano, en una cajita, una a una las matrices (tipos) metálicas de cada de uno de los caracteres del texto a imprimir.
La linotipia supuso en 1886 una semiautomatización de este proceso, incorporando (junto con un complejo mecanismo de ejes, manivelas y canales de distribución), un teclado (parecido al de los ordenadores actuales) de 90 caracteres (15 columnas x 6 filas).
El operario tecleaba los caracteres y de forma automática los tipos bajaban de un depósito (magazin) alineándose ordenadamente en una regleta. Cuando se había completado una línea, el operario accionaba la palanca de fundición que tenía a la derecha y la regleta pasaba a la sección de fundición donde se generaba el molde de impresión de esa línea.
Sin embargo, su inventor, un alemán llamado Ottmar Mergenthaler (que ni siquiera era ingeniero), previendo posibles errores o despistes del operario, incorporó otra palanca de recuperación para que cuando la regleta contuviese caracteres erróneos en vez de pasar a la sección de fundición retornase directamente al magazin para recuperar los tipos. Cuando el operario se daba cuenta de que había cometido un error, debía completar la línea con caracteres arbitrarios (dado que no iban a salir impresos), sin embargo, con el tiempo, se puso en práctica teclear no caracteres al aliguí sino empezar por la columna de la izquierda de arriba abajo (e, t, a, o, i, n), luego continuar por la segunda (s, h, r, d, l, u) y así hasta completar la línea.
Hasta aquí, todo controlado. El problema surgía cuando al procesar una línea basura, el operario (llevado por su inercia) actuaba la palanca de fundición en vez de la de recuperación, pues en ese caso la línea basura aparecía en el texto impreso.
Los lectores de la época estaban ya familiarizados con estos misteriosos caracteres que aparecían cuando uno menos se lo esperaba en medio de un artículo periodístico. Vean si no como ejemplo esta crónica del prestigioso New York Times.
Joyce, pese a su prodigiosa memoria, solo parece recordar (parcialmente) la secuencia e t a o i n, a la que añade luego unas palabras jugando con las teclas centrales (a, r, o, d) de las dos columnas de la izquierda.