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El ataque de los clones

Nadie hubiera dado dos duros por ellos, era poco probable, casi imposible, pero contra todo pronóstico ocurrió…

Uno era buen estudiante, el otro malo, uno era el bueno de los malos, el otro el malo de los buenos, uno era un golfo, el otro un santo, uno era de barrio, el otro de urbanización, uno llevaba el estigma y la vida de Carabanchel en el brazo izquierdo, el otro en el derecho, pero iban al mismo colegio.

Ya se habían visto, llevaban años viéndose aunque no llegaban a verse, la indiferencia imperaba por desconocimiento. Un día jugaron un partido de fútbol y ahí empezó todo… No es que su pasión por el fútbol fuera el motivo, sino más bien la excusa, el cordón que necesitaban. Empezaron a medio charlar de vez en cuando, a darse alguna colleja de cuando en vez y así durante meses.

Luego llegó el verano en el que por algún motivo ignoto decidieron ir juntos a la playa con algunos más. Y ahí explotó. Resultaba increible como podían despertarse riendo a carcajadas y acostarse a risotadas, sin solución de continuidad. Se reían de todos, incluídos ellos mismos, se reían del mundo. En medio, todo era posible, y de hecho lo fue, parecía que pudieran manejar el universo a su antojo, ya que cuando entraban en resonancia, lo que ellos llamaban «el Aura», el siete dejaba de ser un número mitológico.

Un día de aquel sol por ejemplo, se encontraron sin saber realmente cómo en la terraza del hotel con cinco chicas despampanantes con alguna intención más que emborracharse hasta el amanecer…

De todos modos, ni siquiera era eso, no hacía falta, el sólo hecho de estar tomando una cerveza hablando de mil cosas triviales o existenciales era suficiente para reconocerse, para saber que eran ellos, para ser felices si cabe, para marcar la diferencia, para transformar un día aburrido, sin nada especial alrededor, en algo fuera de lo común.

Compartían sus pensamientos sobre lo absurdo del mundo y de la sociedad, sobre su enfrentamiento controlado al rebaño, su rebeldía ante las frases cortas, sobre su independencia limitada, sobre sus superpoderes y criptonitas, que eran las mismas… Sanse y Mayo, David y Raúl. Vaya dos les decían… A veces una bomba de relojería, saltaban chispas. Poneos casco.

¿Eres mi puto clon macho?, ¿de qué coño vas?, ¿por qué me imitas?, ¿te parto la cara? Me asustas, me encantas, flipo contigo tío, los días son la hostia juntos, no los desgastemos, no los malgastemos. Sé lo que piensas, sé lo que sientes, sé lo que has pasado, sé lo que estás pasando, sé porqué has hecho eso y porqué no lo has hecho, estoy de acuerdo. Muchas veces estando con otra gente, se miraban y se sabían. Después, ya pudiendo hablar solos, en un ejercicio fútil de corroboración, comprobaban que de hecho había sido así, que era así, que sería así. No siempre era así claro, pero había algo que no podían controlar… Eran tan diferentes, tan iguales, de un modo que sabían que sería muy difícil encontrar a alguien tan diferente y tan igual.

Veinte años después la cosa seguía igual… El tiempo se había detenido. Daba igual estar cuatro meses sin hablar que ese día era el día siguiente y de hecho fue así desde el principio, no fue un tema de convivencia, de amistad a lo largo de los años, sino que era previo a todo esto. Y ahora tenían además la historia, tantas historias, su historia…

Decidieron indagar… Una opción plausible para explicar la magia, era la ciencia: El ADN, ¿serían parientes lejanos? Sus arboles genealógicos pudieron cruzarse 200 años atrás pues un sospechoso Mayo aparecía entre sus antiguos abuelos, cuando este apellido se contraba solo por decenas en España. De todos modos no se llegó a corroborar por falta de archivos.

Otra posibilidad era la educación, por similar edad y circunstancias sociales, pero eso ocurría con cientos de personas con las que no ocurría, incluso intentándolo a golpe de bolardo. Bastante bien descartado.

Simplificaron y atacaron entonces los intereses comunes pero tampoco les convencía demasiado pues tenían amigos de hace treinta años con similares intereses pero con los que habían cavado menos trinchera en este tiempo que ellos en un año.

Al no encontrar una solución satisfactoria volvieron a lo abstruso, a esa parte femenina que compartían. Al fin y al cabo había familia gay, amigos plumíferos, se dieron ex novias mariliendres y cómo no muchas salidas por Chueca y salidos pues sus camisas eran desbotonadas demasiado a menudo sin permiso. Quizás cuando entraron en el Ricks con apenas 20 años y parecía que acabaran de entrar los Guns & Roses empezaron a entender a las mujeres. No obstante y paradójicamente si hay algo que entendían es que no entendían. Por tanto, aquí tampoco llegaban a entender pero no había otro camino que subir la apuesta.

Sanse era más místico y Mayo más científico, ambos escépticos del otro. La respuesta, se empeñaba Raúl, está en las estrellas. Pufff, no seas cursi! Ambos eran Geminis, con lo que implica el signo maldito, la dualidad, el todo. Si el universo está hecho de ceros y unos, ellos no son cero o uno, son las dos cosas, lo son todo, tienen la capacidad y el deseo de ser todo, incluso en el mismo instante, pero sin hipocresía. La realidad y cientos de hechos contrastados cientifícamente hacían dudar cada vez más a David de la ciencia, al menos de la conocida. La respuesta podía estar en la magia. Puede que tengas razón.

Aprendía con él y él con él, dudaban juntos en esos viejos miedos, se abrían sin pedirse nada, sin reclamarse fidelidad eterna, sin reproches al futuro, se alegraban de sus éxitos delante y detrás de los demás, experimentaban esas novedades juntos, se escupían las verdades, siempre fue así y lo sería, mientras se reflejan, en esa lealtad paradójicamente inquebrantable, con esa bola sin cadenas.

Cuando te toque un boleto, cuando te toque un funeral, tu funeral y el mío, cuando no sepas el camino o lo sepas demasiado y te quedes ciego por ver demasiado, cuando ella te tumbe, cuando tú la tumbes, o llores y de alegría, cuando necesites estar solo, sin mí, cuenta conmigo.

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